¿Un punto de inflexión para la política energética de EE. UU.?
Cada cuatro años, cuando se celebran las elecciones en EE. UU., los inversores se enfrentan a la ardua tarea de interpretar las arenas movedizas políticas y cómo pueden afectar a sus carteras. La analista de Newton Laura Sheehan valora cómo el triunfo electoral de Joe Biden podría ahora cambiar el panorama del sector energético.
En 2017, poco después de entrar en la Casa Blanca, Donald Trump declaró su gran ambición: llegar a la autosuficiencia energética en EE. UU. Afirmó que el objetivo era: ’llegar a ser, y permanecer, totalmente independientes de cualquier necesidad de importar energía del cártel de la OPEP1 o de cualquier nación hostil a nuestros intereses".
En resumen, el Presidente promulgó una serie de cambios vinculados a estos objetivos: reducir las restricciones a la perforación en terrenos y parques federales, aumentar el apoyo a la infraestructura de oleoductos y gasoductos, subestimar los riesgos del cambio climático y deshacer las regulaciones de la era de Obama sobre las emisiones de las centrales eléctricas de carbón, los automóviles y los pozos de petróleo y gas.
Ahora que el demócrata Joe Biden ha sido el presidente electo, la puerta está abierta para un giro de 180 grados en estas políticas, ya que los EE. UU. persiguen una agenda más abierta y multilateral. Para Laura Sheehan, analista de energía de Newton, este cambio de dirección podría ser abrupto, ya que la política del gobierno se alinea con un consenso mundial creciente a favor de las preocupaciones medioambientales.
Opina que "en cuanto al clima, es poco probable que los demócratas vayan a contracorriente, y en su lugar se embarcarán en un impulso agresivo hacia la descarbonización". "Dependiendo de lo flexible que sea el Senado, las restricciones a la nueva perforación de petróleo en terrenos federales, en el Golfo de México y en el Ártico de Alaska podrían volver a promulgarse. El avance en la construcción del controvertido oleoducto de Keystone XL también podría detenerse repentinamente. Las emisiones, ya sean de automóviles o de compañías de energía, volverán a ser el centro de atención. Se considera que son la clave para descarbonizar el transporte a medida que aumenta la penetración de los vehículos eléctricos".
Para las empresas que se han beneficiado de la política energética de EE. UU. con Trump, la elección de Joe Biden se ve como negativa, pero incluso en este caso tendrá menos repercusiones que en cualquier otro año, habida cuenta del exceso de oferta de petróleo, gas y carbón, el colapso de la demanda y el consiguiente descenso de los precios de las acciones de las empresas energéticas registrado a lo largo de 2020.
Sin embargo, Sheehan comenta que es probable que una de las principales víctimas sea la industria del carbón. A pesar del estruendo en torno a la promesa de Trump de "volver a hacer grande el carbón" durante los cuatro años previos a noviembre de 2020, en realidad los esfuerzos para poner a este combustible fósil en el centro de la política energética de los EE. UU. se redujeron a poco más que una serie de frases sensatas. En el tercer trimestre de 2020, por ejemplo, las acciones de los mayores productores de carbón del país estaban muy por debajo de los niveles máximos alcanzados inmediatamente después de la elección de Donald Trump en 2016. Los productores en tercer y cuarto lugar por su tamaño siguen en bancarrota.2 Tras generar más de la mitad de la electricidad de EE. UU. hace 10 años, hoy en día el carbón representa alrededor de una quinta parte, y ese nivel está cayendo. Incluso en medio de la presión ejercida por Trump hacia los combustibles fósiles, la fuente de electricidad de más rápido crecimiento fue la eólica.3
Sheehan explica que, en parte, el desplome del carbón es consecuencia de las fuerzas del mercado: sobreabundancia de la oferta, su sustitución por el gas (más limpio y barato) y la caída de la demanda debido a la COVID-19. Pero también muestra la impotencia relativa de cualquier presidente en ejercicio cuando se trata de operar un cambio duradero en la política interna, especialmente si ese cambio va en contra del sentimiento general.
"Lo máximo que puede decirse de Trump y el carbón es que sus acciones tuvieron impacto en el margen", señala Sheehan. "Probablemente ayudaron a apoyar el sentimiento positivo general hacia la inversión, mientras que dieron a los consejeros delegados una excusa para ignorar cuestiones importantes sobre sus acciones medioambientales, como la quema y la fuga de gas metano".
Añade que, como en tantas esferas de la vida, son las fuerzas del mercado las que ganan a la política, y es probable que así sea también bajo la presidencia de Biden. En este sentido, destaca cómo la comunidad de inversores se está volviendo más consciente del medio ambiente, está más atenta a los riesgos de la transición relacionados con el cambio climático y es más probable que impulse inversiones sostenibles lejos de las empresas contaminantes. En ese sentido, los productores de CO2 en el sector energético probablemente experimenten vientos en contra de todas formas.
Lo mismo ocurre con las empresas del sector energético, y las empresas especializadas más pequeñas de exploración y producción también tienen más probabilidades de enfrentarse a esos vientos en contra, añade Sheehan: "Especialmente las de menor capitalización, que están más expuestas a terrenos federales y a riesgos en torno a las restricciones de actividad. De manera similar, esto perjudica a las empresas de servicios de los EE. UU., en particular las de enfoque nacional, mientras que las refinerías tendrían un mayor coste del petróleo, junto con posibles gastos por sus emisiones. Los grandes nombres del sector, incluidas las grandes empresas, están más diversificados, ya sea en EE. UU. o a nivel internacional, por lo que, una vez más, esto podría dar lugar a una mayor consolidación, lo cual sería bueno para la industria", concluye.