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Reevaluar el riesgo en los mercados bursátiles
A la hora de evaluar las perspectivas de las
Bolsas, resulta instructivo echar un vistazo a la evolución
del dólar estadounidense. La moneda de reserva del mundo es un
termómetro de la salud financiera internacional.
Cuando el dólar está estable o se revaloriza,
actúa como reserva de valor protegiendo los ahorros y fomentando la
inversión. Cuando el dólar se debilita, ocurre lo contrario: destruye
el ahorro, desincentiva la inversión y alimenta un entorno de
inestabilidad financiera en el que los inversores buscan
alternativas. El mercado bajista que vive el dólar desde 2002
parece hacer llegado a su fin y las perspectivas
de mayor solidez de esta moneda tendrán implicaciones para
los activos financieros.
La evolución de las Bolsas parece estar gravitando de
nuevo hacia Occidente, y el resto de esta década
podría ser más parecido a los noventa que a la década
anterior. La segunda mitad de la década de 1990 fue un
periodo de fortaleza para el billete verde.
Cuando Clinton ganó las elecciones en 1992, tuvo la suficiente
fortuna de cosechar en las cuentas públicas los frutos de las
subidas de impuestos y los denominados "dividendos de
la paz" derivados de la caída del Muro de
Berlín, dos hechos favorables que ayudaron a trocar un déficit
federal del 4% en superávit durante su mandato. Este saneamiento
presupuestario, junto con una política monetaria robusta y unos
tipos reales positivos, hizo que el dólar se
fortaleciera y que las materias primas se debilitaran.
Las Bolsas batieron prácticamente a todos los demás activos y los
mercados desarrollados superaron a los emergentes.
La década siguiente trajo consigo fuertes contrastes. Con
Bush como presidente, EE.UU. se embarcó en
costosas intervenciones militares que aumentaron
considerablemente el gasto público. Este hecho,
combinado con varios recortes de impuestos, provocó que las
cuentas públicas se deterioraran rápidamente a partir de 2002.
El dólar se debilitó, los precios de las materias primas se
dispararon —el petróleo quintuplicó su valor— y eso actuó como un
gravamen para la actividad económica,
especialmente en el mundo desarrollado. Y lo que es más
importante: la recuperación cíclica en las cuentas públicas de
EE.UU. entre 2004 y 2007 no tuvo un reflejo en forma de fortaleza
del dólar. Fue el canario de la mina que señalaba que algo no iba
bien en el sistema financiero.
Actualmente, con Obama en la Casa Blanca, estamos
entrando en una nueva fase caracterizada por condiciones
más parecidas a las de la década de 1990. Tras repuntar
en 2008, el gasto federal en términos nominales apenas ha variado
desde 2009 y el sequestration (recortes automáticos en el gasto
público) dará más impulso a la disciplina presupuestaria.
Entretanto, los dividendos de la paz han
regresado, ya que EE.UU. ha recortado su gasto militar
después de abandonar Irak e iniciar la retirada de Afganistán.
Desde 2009, los ingresos fiscales han crecido
más de 600 millones de dólares y hemos visto cómo el déficit
público pasaba de 1,5 billones de dólares a menos de 1 billón. El
próximo año, el déficit podría volver a rondar el 3-4% del PIB.
En este sentido, la fortaleza manifestada por el dólar
durante los últimos meses está confirmando estas
mejoras y las perspectivas más positivas para la
economía estadounidense.
También se están realizando progresos en el otro
déficit de EE.UU., el comercial.
Históricamente, la balanza comercial de EE.UU. ha mostrado una marcada
tendencia a deteriorarse durante los periodos de crecimiento económico
mundial por el mayor nivel de importaciones que lleva aparejado el
aumento de la demanda. Del mismo modo, la acusada mejoría de
la balanza comercial de EE.UU. en 2009 se debió
principalmente a un acusado descenso de la demanda y la consiguiente
caída de las importaciones.
Sin embargo, recientemente esta duradera relación se ha roto. Hemos
visto un entorno de recuperación del crecimiento económico
acompañado por una mejora del saldo por cuenta corriente y
la razón que lo explica es la energía del esquisto.
La producción de energía a partir de los yacimientos de esquisto ha
reducido mucho las importaciones energéticas de EE.UU., desde 12.000
millones de barriles a 8.000 millones de barriles de petróleo
equivalentes cada día. El aumento de la producción se ha traducido en
un fuerte descenso del precio del gas de EE.UU. En 2006, el precio de
EE.UU. era muy similar al precio medio del gas, que rondaba los 12
dólares por millón de BTU.
Actualmente, el precio en Japón se acerca a los 16 dólares, en
Europa a los 12 dólares y en EE.UU. a tan sólo 4 dólares. A la vista
de las perspectivas de exportación que genera el gas de esquisto,
existen pocas razones para pensar que la mejora en la
balanza comercial no vaya a continuar, y ello antes de
tener en cuenta los efectos de segundo grado del abaratamiento de la
energía nacional en el tejido industrial estadounidense.
Así pues, las mejoras estructurales en el déficit doble apuntan a
unas perspectivas positivas para el dólar estadounidense. De hecho,
sólo hay un instrumento de política monetaria que está
lastrando al dólar: la relajación cuantitativa. Los
balances de los bancos centrales se han expandido espectacularmente
desde 2008 y, dentro de estos movimientos, el de la Reserva Federal (y
el Banco de Inglaterra) ha sido de los más acusados. Este hecho está
conteniendo la revalorización del dólar.
Sin embargo, aunque la relajación cuantitativa se
ha convertido en una política ortodoxa, no durará
siempre. A medida que se va fortaleciendo la economía
estadounidense, sostenida por la recuperación del mercado de la
vivienda , el paro (actualmente en el 7,5%) seguirá
descendiendo hacia el objetivo fijado por la Reserva Federal en el
6,5%, el punto en el cual la relajación cuantitativa
comenzará a retirarse. Cabe esperar que este grado de mejoría en la
tasa de paro se alcance en un plazo de doce meses.
El Banco de Japón anunció recientemente una nueva política
monetaria agresiva cuyo objetivo es duplicar la masa monetaria. A
tenor de los problemas estructurales que sufre la zona euro,
el BCE también podría mantener la relajación monetaria
durante algún tiempo.
Esta transición hacia una política monetaria más restrictiva y
tipos de reales positivos en EE.UU. en un momento en el que otros
grandes bancos centrales mantendrán la expansión monetaria
probablemente sea un factor muy positivo para el dólar, lo que
conllevará una estabilización, si no una revalorización, de la moneda.
Así pues, ¿qué implicaciones tiene esta situación para los activos
financieros? Si miramos las materias primas, existe una
correlación clara con el dólar estadounidense. A la vista
de la fortaleza del dólar durante los últimos meses, no es
ninguna sorpresa la debilidad que han mostrado las materias
primas. Resulta importante señalar que podría haber otros
factores detrás de la debilidad de las materias primas, principalmente
cambios en el plano de la oferta que han mejorado las perspectivas de
la oferta de hidrocarburos y minerales.
Pero si esta fuera la única razón, no se habría producido el mal
comportamiento que hemos observado en el oro al mismo tiempo. El hecho
de que el oro haya dado muestras de debilidad al
mismo tiempo que otras materias primas me hace pensar que
estamos viendo el final del superciclo alcista en las
materias primas y que los inversores han recuperado la
noción del dólar como depósito de valor.
En cuanto a las Bolsas, la fortaleza del dólar también
ha demostrado guardar una correlación razonable con la
valoración de la renta variable internacional y ese
paralelismo es más que una coincidencia, en mi opinión. Cuando el
dólar se revalorizó en la década de 1990, se produjo también una
revisión de la valoración de las acciones, ya que los PER
subieron. Del mismo modo, cuando el dólar se debilitó durante la
década posterior, se produjo una revisión a la baja sostenida de
las valoraciones bursátiles.
En mi opinión, los cambios en las políticas de gasto público
pueden ayudar a explicar los cambios de valoración de la renta
variable; así, cuando los déficit empeoran y los gobiernos
consumen más recursos internos, inevitablemente hay
menos capital para invertir y apoyar la evolución de las acciones.
La deducción de lo anterior es que una tendencia más positiva
en el dólar podría sentar las bases para una revisión
al alza de las valoraciones bursátiles. Es evidente que
las recientes subidas de las Bolsas han respondido simplemente a
esa mejora del valor de las acciones y que actualmente los
beneficios apenas han dado impulso a los mercados.
Por último, también podrían desprenderse implicaciones para la
evolución de los mercados desarrollados frente a los
emergentes. De nuevo aquí, el vínculo con el dólar ha
sido razonablemente fuerte. A finales de la década de 1990, los
mercados emergentes iban por detrás de los desarrollados conforme
el dólar se fortalecía, y fue sólo después de que el
dólar se debilitara a partir de 2002 cuando los mercados
emergentes realmente empezaron a despuntar.
Sin embargo, si el dólar siguiera subiendo, no creo
que los mercados emergentes sufrieran tanto como lo
hicieron a finales de la década de 1990. Por aquel entonces, los
mercados emergentes dependían mucho más de los bonos Brady
denominados en dólares como fuente primaria de financiación. Sus
pasivos estaban fundamentalmente en dólares, así que cuando el
dólar se revalorizó, no encontraron ningún refugio.
Hoy en día, la estructura financiera de los mercados
emergentes es ampliamente superior en lo que a
financiación se refiere y las emisiones de bonos en divisa
nacional ensombrecen actualmente el volumen de deuda emergente
denominada en dólares. Como resultado de ello, la capacidad de los
mercados emergentes para sobrellevar la revalorización del dólar
es mucho mayor que antes.
A modo de resumen, se podría afirmar, atendiendo a las mejoras
estructurales que estamos viendo en el doble déficit de EE.UU.,
que los diez años de mercado bajista en el dólar
parecen haber llegado a su fin. Este hecho coincide con
el final del superciclo de las materias primas y
eso impulsará la actividad mundial,
especialmente en el mundo desarrollado.
La revalorización del dólar será positiva para los activos
financieros, ya que creará los cimientos para una
revisión al alza de las valoraciones bursátiles. Dentro de la
renta variable, deberíamos tener en cuenta que las razones del
peor comportamiento relativo del mundo desarrollado durante la
última década también podrían estar desapareciendo.
* Por Dominic Rossi es director mundial de inversiones del área
de renta variable de Fidelity Worldwide Investment