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Pros y Contras de invertir en empresas que pagan dividendo
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Pros y Contras de invertir en empresas que pagan dividendo

Muchos inversores sueñan con invertir sus ahorros de forma que les generen rentas periódicas. Y una de las maneras de conseguirlo es invertir en compañías que se caractericen por su elevada generosidad con el accionista. La cuestión es: ¿merece la pena esta estrategia? ¿Qué pros y contras ofrece? Lo analizamos.

Antes de empezar, merece la pena recordar qué es exactamente un dividendo. Se trata de la parte del beneficio neto de una empresa que ésta decide repartir a los accionistas. En este sentido, no todas las compañías cotizadas generan beneficios y que las que lo hacen pueden decidir no repartirlo entre sus accionistas o distribuir sólo una parte. El porcentaje de ese beneficio que finalmente llega al bolsillo del accionista se denomina pay-out.

¿De qué depende el pay-out de una compañía? De diversos factores. Por ejemplo, si la empresa está en plena fase de despegue, lo habitual es que reinvierta todo su beneficio para poder seguir creciendo al mayor ritmo posible. Por otro lado, si tiene dificultades financieras o piensa que podría afrontarlas en el medio plazo también puede decidir emplear ese dinero en reforzar sus recursos propios. En consecuencia, las empresas con un elevado pay-out, es decir, que reparten un elevado porcentaje de los beneficios generados suelen ser empresas maduras, con un modelo de negocio estable y sin grandes amenazas en el horizonte que amenacen su solvencia.


Ventajas

Una de las ventajas más evidentes de seguir esta estrategia es que el inversor obtendrá un rendimiento periódico por su inversión. Este rendimiento dependerá del precio que le hayan costado las acciones. En este sentido, una de las variables más utilizadas es la rentabilidad por dividendo, que pone en relación el precio al que cotiza una compañía y el dividendo que paga. No obstante, es una variable que se debe manejar con cuidado ya que en ocasiones la rentabilidad resulta elevada no tanto porque el dividendo sea muy generoso como porque la compañía está de capa caída en bolsa y su precio está a la baja.

Por tanto, recuerda que lo primero a la hora de invertir en bolsa es seleccionar compañías con buenas perspectivas de revalorización. De nada sirve elegir una compañía por su elevada remuneración al accionista si al final el precio cae en picado y te hace perder más dinero del que hayas podido cobrar vía dividendos. A este respecto, los expertos suelen preferir las compañías con un balance sólido y buenas perspectivas que puedan tener una política de dividendos estable y, si es posible, creciente, que aquellas que no ofrecen este perfil aunque la rentabilidad por dividendo sea más elevada.

La inversión vía dividendos ofrece así una doble ventaja, ya que este tipo de compañías suele dar menos sustos en el parqué. El hecho de que sean capaces de generar beneficios y repartirlos a los accionistas suele ser señal de su solidez financiera por lo que al mismo tiempo que el inversor apuesta por una estrategia de dividendos lo está haciendo también por compañías con perspectivas razonablemente estables (sin olvidar nunca que hablamos de renta variable).

Un ejemplo de ellos son las conocidas como Dividend Aristocrats, que son aquellas empresas del mercado estadounidense que han incrementado su dividendo en los últimos 25 años. Un logro que han conseguido en parte por la solidez de su modelo de negocio y su solvencia financiera aunque también por su vocación de mimar al accionista. Existen varios índices que incluyen a todas o algunas de estas empresas y, por ende, fondos indexados y ETF que permiten reproducir su evolución. Entre ellas figuran multinacionales como Procter & Gamble, 3M, Coca Cola y Johnson & Johnson.

Por otro lado, estas compañías suelen presentar un sesgo defensivo. Así, el S&P 500 retrocedió en torno al 19% en 2022, mientras que el S&P 500 Dividend Aristocrats cayó cerca del 5% en el mismo periodo.


Desventajas

Para valorar los inconvenientes hay que recordar que las compañías que reparten dividendo ya no obran con ese beneficio en su poder. Por tanto, deberían valer menos en bolsa que aquellas que en las mismas circunstancias han obtenido un beneficio similar y en lugar de repartirlo a sus accionistas han decidido guardarlo o reinvertirlo.

Por ejemplo, piensa en una compañía con una capitalización bursátil de 100 millones de euros y un precio por acción de 100 euros que genera un beneficio neto de un millón de euros. Imaginemos que decide repartirlo enteramente (pay out del 100%). En teoría, el día que decida abonarlo la cotización debería descender hasta 99 euros, ya que la empresa ahora cuenta con un millón menos en caja. En cambio, si decide quedárselo, la cotización no sufriría ese castigo.

No obstante, en la práctica este ajuste no siempre se produce o no de una manera tan exacta, ya que la cotización se ve afectada por muchos otros factores.

Por otro lado, hay inversores que desconfían de las empresas que no son capaces de rentabilizar ese dinero para poder seguir creciendo y entienden la elevada remuneración al accionista como un síntoma de que el modelo de negocio de la empresa está estancado y no tiene margen para explorar nuevos horizontes.

Más allá de estas cuestiones, hay un contra muy claro para los inversores en dividendos que es la fiscalidad. Los dividendos recibidos tributan en la declaración de la renta, mientras que las acciones (o mejor dicho, la posible plusvalía generada en caso de que éstas suban en bolsa) no lo harán hasta que vendamos. Por esta razón, algunos inversores consideran que este dinero está mejor en el bolsillo de las empresas, contribuyendo a que éstas crezcan para que el día de mañana su cotización valga más.

Lo mismo sucede si invertimos en fondos que generen rentas periódicas, que a menudo son fondos que incluyen compañías con alta rentabilidad por dividendo en sus carteras. No obstante, aquí el inversor siempre tiene la opción de optar por la clase de acumulación, que es aquella en la que los rendimientos generados se reinvierten automáticamente en el propio fondo, con lo que el partícipe no tiene que tributar por ellos.

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