Coyote Dax

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28 de,marzo de 2016

Que el título del post no les lleve a engaño. No voy a hablarles mal de la bolsa alemana; voy a hablarles bien de la costa alicantina.

Esta semana santa he pasado unos días de vacaciones en un hotel de Benidorm, el Manhattan español, la sexta ciudad europea con más rascacielos. A primera vista queda ratificada una de las grandes macrotendencias que tienen que definir las políticas de inversión: el envejecimiento de la población es un hecho incontestable, y una gran oportunidad de negocio.

Entre la tercera edad, la que podríamos cifrar entre la edad de jubilación y la del inicio de la vida dependiente, en los veinte primeros años tras el cese de la actividad laboral, el gran negocio es el turismo, el ocio. Desde el subvencionado, como el turismo social hasta el reservado a gente realmente pudiente, como el golf en campos privados.

Entre la cuarta edad, entre los que necesitan ayuda para llevar a cabo su vida cotidiana, el negocio de la asistencia, de la atención a la dependencia, de las residencias geriátricas. Tanto para una actividad como para la otra hay tres eses que marcan la competitividad, la de sol, la de sanidad y la de seguridad. Y Benidorm las tiene. En el norte y centro de Europa tienen la segunda y la tercera, pero les falta la primera. En el sur de Europa tenemos la primera y en España, además, la segunda y la tercera. La triple S es nuestra gran ventaja competitiva.

En Benidorm hay muchas tiendas de todo a cien, donde se venden zapatillas deportivas que imitan las grandes marcas a 10 euros, cinturones de polipiel de 3 euros, vestidos de señora a 5 euros, o menús del día (o incluso bufés libres) de un solo dígito. Su arquitectura no es muy apreciada en las revistas especializadas, y es difícil ver pasear por sus calles a los astros del papel couché. Pero de marzo a noviembre comen, beben, bailan y duermen en ella casi medio millón de personas todos los días. La mayoría extranjeros. Es el coloso español de la exportación de servicios, como Inditex lo es de bienes.

Estuve en un hotel de cuatro estrellas de una compañía española cotizada en bolsa. La relación calidad precio es muy elevada. Por menos de setenta euros por persona y día desayunas, comes y cenas comida variada, de calidad y, sobre todo, abundante. Pedaleas en una piscina climatizada, te remojas en un jacuzzi, te tomas una copa con la música en vivo de un buen pianista, bailas los pasodobles que interpreta un dueto de organista y guitarrista, cantas en karaoke y ves los prodigios que obran un mago, un malabarista o una pareja de acróbatas.

Y, sobre todo, recuperas el optimismo. Cuando ves que una docena de septuagenarios y hasta octogenarios, salen a la pista y bailan acompasadamente, al unísono, sin fallo alguno, el “no rompas más mi pobre corazón” de Coyote Dax, te sientes orgulloso de vivir en un país en el que la clase media puede tomar clases de baile con cargo al Imserso, y lucir más tarde sus habilidades danzarinas, pagando de su propio bolsillo, en un auténtico hotel de cuatro estrellas.

Y no puedes dejar de plantearte que, cuando a ti te toque por edad, las pensiones públicas no darán para tanto, y ves que si quieres mantener el ritmo, tendrás que ahorrar e invertir.

Josep

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