Filosofía de inversión

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17 de julio de 2013

Las compañías que tenemos en cartera empezarán a publicar resultados la última semana del mes. Sin grandes novedades en el mercado es un buen momento para que vayan conociendo cuál es mi filosofía de inversión. Esta expresión se ha popularizado en los últimos años y, en consecuencia, a los gestores nos ha sucedido con la inversión y la filosofía lo que al burgués gentilhombre de Moliêre, que descubrió que hablaba en prosa sin saberlo.

Etimológicamente filosofía proviene del griego y significa amor por la sabiduría. Y la sabiduría, en la segunda acepción del diccionario de la academia, no es otra cosa que una conducta prudente en la vida o en los negocios. Visto así, realmente intento invertir con filosofía.

Hace unos años me solicitaron que, por escrito, expresara mi filosofía de inversión. En pocas palabras les dije que no era otra que intentar ganar bastante y perder poco. Pero elaborándolo un poco más escribí las siguientes frases.

No hacemos apuestas, tomamos decisiones de inversión.  Apostar es arriesgar dinero con bajas probabilidades de éxito, aunque el éxito, si se obtiene, sea espectacular. Invertir es arriesgar dinero con altas probabilidades de éxito, aunque el éxito, si se obtiene, sea moderado.

Buscamos la alta probabilidad de ganancia moderada. Rehusamos la moderada probabilidad de ganancia alta, puesto que ésta suele ir acompañada de una alta probabilidad de pérdida.  No aceptamos una probabilidad de éxito baja, aunque la esperanza matemática de rentabilidad sea muy alta.  Un análisis profundo acota el abanico de probabilidades. Con un buen análisis se identifican oportunidades de inversión con una probabilidad de éxito alta y una rentabilidad razonable.

El buen análisis requiere formación, talento y tiempo. Un analista con talento, formación y experiencia requiere menos tiempo, pero éste es siempre el recurso escaso.  Es preferible un conocimiento profundo de un número limitado de opciones de inversión que un conocimiento superficial de un abanico más amplio.  El conocimiento profundo es el propio del riesgo empresarial, que es el que estamos dispuestos a asumir. El conocimiento superficial puede valer para justificar errores o atribuirse aciertos, pero es completamente inútil para la toma de decisiones de inversión.

El auténtico riesgo de la inversión está en el desconocimiento de la realidad fundamental de aquello en qué se invierte, no en la evolución coyuntural de las cotizaciones. Nos preocupa mucho más la volatilidad del beneficio que la de la cotización bursátil.

Mantengo estos principios. Y sobre todo, intento día a día aprender a tomarme los a menudo absurdos movimientos del mercado con filosofía.

Josep

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