La irresponsabilidad social del Estado

La irresponsabilidad social del Estado

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Desde las oligarquías hegemónicas ocupantes de los aparatos del Estado y sus adláteres intelectuales y periodísticos  se viene reclamando que las empresas se impliquen activamente en el diseño de sus ensoñaciones sociales, que velen por indefiniciones metafísicas como la justicia social, la igualdad, un mundo sostenible, etc, es lo que llaman la responsabilidad social de la empresa.  

Si la acción productiva empresarial produce externalidades negativas o usos privativos de los bienes comunes arbítrense los mecanismos de compensación y asunción de costes. Si el empresario usa la carretera para transportar sus mercancías pague por ello a los propietarios de la carretera, sea esta comunal, privada, estatal o cualquiera que sea su dueño. Si se contamina algo evalúese y que los costes de restituir el bien a su estado original y las compensaciones correspondientes a los afectados recaigan sobre quien ocasiona el problema.

Si esa asunción de costes hace que el precio de una determinado mercancía se encarece hasta el punto de no ser demandada no tendrá interés su producción y desaparecerá el problema de los efectos colaterales negativos.

Asígnense los costes a quien corresponda si están bien definidos los derechos de propiedad. En vez de la lucha permanente por conquistar rentas a costa de otros de lobbies de patronales, sindicatos, vecinos, clubes de fútbol, alopécicos sin fronteras… cabildeando, estirando de los despojos del cadáver del presupuesto público como hienas, movilizando a turbas de gritones, llorones y pedigüeños que reclaman a los políticos que roben más en general para darles a ellos en particular.

El papel de la empresa es mucho más modesto que arreglar las disfunciones que se generen en las relaciones sociales. Bastante tiene con atender a sus clientes de la mejor manera posible para convencerlos de que renuncien a otros usos alternativos de sus recursos y los entreguen voluntariamente a cambio de los productos o servicios que la empresa ofrece.

De esto se benefician los clientes,  proveedores, trabajadores y accionistas en el círculo virtuoso del capitalismo. Es el circulo de su virtud moral.

Cada uno pone lo suyo en el intercambio. El consumidor quiere el producto, el proveedor se desprende del producto a cambio de otra mercancía, habitualmente el dinero, los trabajadores también intercambian su servicio por dinero y los accionistas poner su dinero para proveer de tecnología y conocimiento para la producción de los bienes, también a cambio de más dinero.

Y cada uno renuncia a algo: El consumidor a su dinero, el proveedor al producto, el trabajador a su tiempo y esfuerzo y el accionista al uso del dinero presente a cambio de más dinero futuro.

Pero ¿en qué cantidad se aporta y se obtiene?. En la medida de los precios de cada cosa, que vienen determinados por la cantidad de oferta y demanda, basada en las valoraciones subjetivas de los intervinientes, optimizándose la asignación de recursos a aquellos que son más valorados y demandados por el mercado, o sea por las personas.

Si el dinero es abundante las tasas de interés bajan, si los trabajadores son escasos el salario aumenta, etc.

Y todo esto va más o menos funcionando a trompicones, incluso a pescozones interactivos, autocorrigiendo errores e ignorancias, hasta que la intervención política actúa coactivamente para impedir o dificultar que se dediquen los recursos escasos a aquellas necesidades que decidan legítimamente sus propietarios.

Con lo que se suelen conseguir los efectos contrarios a los pretendidos: Combatir la injusticia social y las desigualdades con más pobreza, la garantía de un fracaso generador de frustración, resentimiento y envidia. ¡Una inmoralidad!. ¡ Esta es la irresponsabilidad social del Estado!

Y se propaga que las empresas deben someterse a los dogmas de las neorreligiones anticapitalistas con variopintos temas como el sexo, las guerras antiguas, el clima, el agua, los animales, etc. Siempre hay algún asunto con el que sabotear la libertad, con el que fabricar autoridades represoras que guíen nuestra existencia, eso sí por nuestro bien y con nuestro propio dinero.

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