Un día para la Historia: ya viene la Vera Cruz

Un día para la Historia: ya viene la Vera Cruz

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A mi lado alguien enviaba un whatsapp: “Ya viene la Vera Cruz”. Parecía el mensaje de Helena, la viuda del César, a su hijo Constantino en el momento de localizar el leño en el que Joshua (el Cristo) había sido ajusticiado trescientos años antes (algo que, entre otros méritos, le valió ser Santa Elena).

De niño siempre me intrigó por qué en esa familia hicieron santa a la madre y no al hijo, que ha sido de toda la historia del cristianismo, y con diferencia, el que más ha hecho por él. Y no poco trabajo me costó descubrir que, incluso para la Iglesia, hubiera sido demasiada manga ancha: Constantino; el mismo que nos hacía entusiasmar en las películas de romanos defendiendo a los cristianos y derrotando a Majencio en el puente Milvio; el mismo al que apocrifamente se atribuía la donación de los estados pontificios al Papa en su testamento; el mismo que presidió el Concilio de Nicea (del que viene el credo que rezamos) y que se burló de un obispo novaciano: “Acesio, coge una escalera y sube por ti mismo al cielo”.

Ese mismo Constantino cuya madre había descubierto la Vera Cruz, no solo se había bautizado muy tarde, sino que, en un acceso de cólera, había hecho matar a su mujer y a uno de sus hijos (debió pensar que tener otros que se llamaban Constantino, Constancio y Constante, y que también se despedazaron entre ellos y a sus familiares a la muerte de su padre, ya daba suficiente constancia de su paso por la Tierra).

El caso es que la Vera Cruz, hasta llegar a Zamora (acompañada por cien bandas valencianas que a las cuatro de la tarde nos estremecen, cada una detrás de un paso, con su interpretación de “La Cruz”, de Ángel Rodriguez, en forma de un canon sin fin) tuvo que pasar por mil y una aventuras procelosas, a veces alabada y a veces denostada por arrianos y diofisitas; por monofisitas e iconoclastas; por donatistas y patripasianos; y siempre en peligro de ser troceada en partículas infinitesimales por los monoteletas para ser incorporada a escapularios y relicarios. Esa misma Vera Cruz ya avanza triunfante por la plaza de un Viriato que, cuando se la izó en el Gólgota, llevaba más de ciento setenta años muerto.

Tras la toma de Constantinopla por Mohamed II se perdió el rastro de la cristiandad en Oriente y nada se supo de la Vera Cruz. Su último episodio conocido había sido la restitución que el emperador Heraclio hizo de ella a la ciudad de Jerusalén, tan necesitada entonces de símbolos que le permitieran recuperar algo de empaque frente a la solvencia de otras sedes episcopales (Antioquía y Alejandría, Constantinopla o Roma) y tan necesitado el propio Heraclio de algo que le reivindicara por su crueldad con los cristianos de Oriente. Esos mismos cristianos que habían enviado al Obispo O Lo Pen a China, y que hicieron que la Vera Cruz se encuentre entre los ornamentos de la madre del mismísimo Kublai Kan, o en la estela de piedra erigida en Xi’an 700 años antes de que llegaran los jesuitas.

La Vera Cruz, troceada hasta el punto de que, tras las cruzadas, todos los supervivientes traían un trozo de la Vera Cruz, se multiplicó en un sinfín de veracruces que esta tarde de jueves santo pasean como un bosque que se dispersa. Un bosque de veracruces entre un  millón de whatsapps que se entrecruzan: “ya viene la Vera Cruz”.

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