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¿La pandemia ha afectado a sus decisiones de inversión?
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¿La pandemia ha afectado a sus decisiones de inversión?

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La psicología económica ha puesto de relieve cómo influyen las emociones fuertes en el comportamiento de los inversores hasta el punto de poner en riesgo sus objetivos financieros a largo plazo. Este campo del conocimiento, que va a más, guía nuestro trabajo a la hora de ayudar y asesorar a nuestros clientes para que eviten tomar decisiones en función del miedo, la avaricia, el arrepentimiento, la envidia u otros sentimientos. Los cambios con un fuerte componente emocional, algo muy habitual en circunstancias extraordinarias, pueden alejarle de sus planes financieros a largo plazo. El trabajo con los clientes de los últimos meses nos ha revelado lo destructivo y generalizado que ha sido el impacto de la pandemia del coronavirus, incluso para los que no han perdido su empleo y han gozado de buena salud. Muchos de ellos nos han transmitido que han vivido este periodo de un modo muy intenso. Si, entre otras, el miedo y la avaricia configuran el pensamiento y las actuaciones de los inversores, ¿cómo pesan en la toma de decisiones esas emociones agudizadas por la crisis sanitaria? Y, lo que no es menos importante, ¿cómo pueden los inversores contrarrestarlas?

¿Cómo va de ánimo?

Los psicólogos y los científicos sociales han estudiado durante mucho tiempo la influencia de las emociones en las decisiones. La pandemia del coronavirus ha desatado miedo, enfado, tristeza o una combinación de las tres. Aunque no sea algo matemático, la psicología económica ha demostrado que el miedo repercute en una mayor aversión al riesgo, mientras que la ira provocaría lo contrario, la adopción de más riesgos. La tristeza, por su parte, a menudo redunda en una mayor impaciencia que nos alejaría de las posibles gratificaciones en el futuro.

Por naturales que sean los sentimientos, en ningún caso deben guiar su estrategia de inversión. Desaconsejamos emprender cambios de cierto alcance en esos momentos en que la sensibilidad está a flor de piel porque podría lastrar sus objetivos financieros a largo plazo. Por ejemplo, es posible que una aversión al riesgo extrema le haga colocar su patrimonio en un activo percibido como seguro, como un instrumento de renta fija o incluso el efectivo. Sin embargo, actuar así puede alejarle de la revalorización a largo plazo de su capital que requerirán sus necesidades en el futuro. En sentido contrario, la búsqueda de riesgos también puede abocarle a una situación delicada, bien porque se dedique a «cazar» las inversiones de moda o bien porque esté concentrándose en apenas unos pocos títulos o sectores. Si su estado emocional le impide aplazar los potenciales beneficios, quizás no pueda presupuestar gastos o ingresos y ahorrar para el futuro.

Puede ser difícil, si no imposible, eliminar las emociones de su proceso de inversión. Al fin y al cabo, son en gran parte lo que nos convierte en humanos. Sin embargo, a continuación abordaremos tres técnicas de autodefensa para impedir que sus emociones anulen su capacidad racional para tomar decisiones.

No se apresure

Las emociones fuertes pueden generar un falso sentido de urgencia que le empuje a tomar decisiones erróneas. Por suerte, no tiene por qué actuar ya. El mero hecho de frenar y tomarse las cosas con calma pensándoselo todo dos veces puede ser de gran ayuda. Imaginemos que ha llegado a una conclusión. En lugar de intervenir de inmediato, intente descansar y retome al día siguiente la idea y el proceso que le ha llevado a ella. Esto le permitirá tomar cierta distancia con su pensamiento inicial e incluso vislumbrar sus posibles repercusiones. Tal vez se dé cuenta de que su perspectiva ha cambiado o simplemente le evite caer presa de las prisas, ya sea ese sentimiento interno o externo, causadas por alguien que trata de venderle un producto. Así pues, antes de acometer un cambio trascendental en su cartera de inversión dese un tiempo para meditarlo, aumentará sus probabilidades de éxito.

Dese un buen consejo

Por lo general, es mucho más fácil dar un consejo que seguirlo. Esta técnica, sin embargo, puede ayudarle. Antes de tomar una decisión financiera relevante, imagine que una buena amiga se halla en una tesitura similar. Esta amiga acude a usted para que le aconseje o solo para hablar de ello: ¿qué le diría?, ¿qué preguntas le haría para que ella analizara su situación a fondo? Proceder así consigo mismo puede servirle para salir de su propia cabeza y adoptar una perspectiva más objetiva sobre el asunto. Por ejemplo, quizá le aconsejaría priorizar el ahorro para la jubilación sobre el gasto, incluso aunque sea difícil. Imaginar cómo le explicaría a su amiga que seguir esas directrices es lo que más le conviene es una manera de darse a sí mismo el mejor consejo posible.

Evoque emociones satisfactorias

Si siente tristeza o temor es posible que no sepa cómo afectan estos sentimientos a su toma de decisiones. Una forma de cobrar conciencia de ello es imaginar qué haría si su estado emocional fuera bien diferente. Por ejemplo, ¿qué pensaría si el optimismo ocupara el lugar del miedo? Este ejercicio puede ayudarle a averiguar el papel que desempeñan sus emociones en su toma de decisiones. Por ejemplo, si duda del impacto de la COVID-19 en la bolsa y está considerando recomponer su cartera de inversión, debería recordar los momentos en que sus expectativas eran halagüeñas. ¿Cómo se sintió y actuó entonces? Probablemente de forma muy diferente. A menos que sus objetivos a largo plazo hayan cambiado, no parece que haya muchas razones para alterar su estrategia de inversión aunque los vaivenes sentimentales le hagan pensar lo contrario.

No es casual que estos métodos compartan la idea de imaginarse a sí mismo en otras situaciones. El momento por el que pasan sus emociones y su potencial impacto en la toma de decisiones no son fáciles de percibir. Las técnicas o ejercicios que le animan a adoptar diferentes puntos de vista y a pausar el proceso de análisis pueden ayudarle a observar con cuidado las diferentes alternativas y a entender los sesgos emocionales en que podría estar incurriendo.

Mantener las emociones a raya es complicado, pero esperamos que estas estrategias le permitan aprender y profundizar en su efecto. Si bien la pandemia ha agravado el estado emocional general, también pueden ayudarle cuando las aguas vuelvan a la calma. Si requiere más consejos, considere contratar los servicios de un asesor financiero con una dilatada experiencia en el sector, que le ayude a evaluar las diferentes posibilidades y a desenvolverse en los entornos más turbulentos.

Fisher Investments España es el nombre comercial utilizado por la sucursal en España de Fisher Investments Ireland Limited,   (“Fisher Investments España”). Fisher Investments España está inscrita con domicilio social en calle Junta de Castilla y León, 8, 28660 Boadilla del Monte (Madrid), con NIF W0074497I, inscrita en el Registro Mercantil de Madrid, en el tomo 39501, folio 110, inscripción 1, hoja M-701327, y en el Registro de la Comisión Nacional del Mercado de Valores de Empresas de Servicios de Inversión del Espacio Económico Europeo con Sucursal en España, con el número 126.
 
El presente documento recoge la opinión general de Fisher Investments España y Fisher Investments Europe, y no debe ser considerado como un servicio de asesoramiento personalizado en materia de inversiones o fiscal, ni un reflejo de la rentabilidad de sus clientes. No existe garantía alguna de que Fisher Investments España o Fisher Investments Europe sigan sosteniendo estas opiniones, que pueden cambiar en cualquier momento a partir de nuevos datos, análisis o consideraciones. La información aquí contenida no pretende ser una recomendación o pronóstico de las condiciones del mercado. En su lugar, tiene por objeto esclarecer los aspectos tratados. Los mercados actuales y futuros pueden diferir ampliamente de los que se describen en este documento. Asimismo, no se garantiza la exactitud de ninguna de las hipótesis empleadas en los ejemplos contenidos en este documento. Invertir en los mercados financieros implica un riesgo de pérdida, y no hay garantías de que todo o parte del capital invertido sea reembolsado. La rentabilidad pasada no garantiza ni indica los resultados futuros de manera fiable. El valor de las inversiones y los ingresos procedentes de ellas están sometidos a la fluctuación de los mercados financieros mundiales y de los tipos de cambio internacionales.
 
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