Con el impulso de las últimas semanas a la intención de acelerar el Euro Digital, no son pocas las voces que analizan el modelo que se ha planteado
El euro digital, concebido como una versión electrónica del efectivo respaldada por el Banco Central Europeo (BCE), promete transformar la forma en que realizamos pagos. No se trata únicamente de adaptarse a la era digital, sino de redefinir el papel del dinero público en la economía moderna. Sin embargo, su implementación actual plantea interrogantes importantes sobre su accesibilidad y su equidad.
Actualmente, el euro digital está reservado exclusivamente a las instituciones financieras. Solo los bancos comerciales tienen acceso directo a esta nueva forma de dinero, mientras que ciudadanos y empresas siguen excluidos. Esta restricción genera dudas sobre la equidad en el acceso a los recursos públicos. Dado que el dinero emitido por el BCE debería ser un bien común, su uso limitado a ciertos actores resulta paradójico.
Uno de los principales atributos del euro digital es su estabilidad. A diferencia de los depósitos bancarios tradicionales, que dependen de la solvencia de las entidades financieras, el euro digital representa dinero real y libre de riesgo de impago. Esta característica lo convierte en un activo seguro, especialmente valioso en tiempos de crisis bancaria, donde los ciudadanos podrían preservar su patrimonio.
No obstante, esta posibilidad de fuga de depósitos preocupa a las autoridades, que han diseñado mecanismos para limitar su impacto en el sistema financiero. Entre las medidas contempladas destaca la imposición de un límite de aproximadamente 3.000 euros por persona, así como la ausencia de remuneración para los saldos en euro digital. Mientras tanto, los bancos pueden depositar grandes sumas en el BCE y obtener remuneraciones de hasta un 4%.
Esta asimetría ha sido criticada por reforzar privilegios para el sector financiero, reduciendo el atractivo del euro digital para el ciudadano común. A pesar de estas limitaciones, la mera existencia del euro digital podría convertirse en un motor de cambio. A medida que la población se familiarice con esta opción, crecerá la demanda social para su ampliación y mejora. La posibilidad de usar euros digitales con la misma facilidad que el efectivo, pero beneficiándose de las ventajas de la tecnología, como la rapidez, la seguridad y la reducción de costes, podría transformar los hábitos de pago y ahorro en Europa.
Un escenario en el que las personas pudieran realizar pagos instantáneos y transferencias económicas sin necesidad de intermediarios tradicionales abriría nuevas oportunidades de integración económica. La adopción generalizada del euro digital podría fortalecer la cohesión de la unión monetaria europea, adaptándola a los retos del siglo XXI.
No obstante, para alcanzar este potencial, es indispensable replantear el enfoque actual. El debate sobre el euro digital debe ir más allá de cuestiones técnicas y abordar su dimensión social. ¿Debe el acceso al dinero público digital ser un derecho universal? ¿O debe seguir supeditado a las entidades financieras tradicionales? La respuesta a estas preguntas determinará el alcance real de su impacto.
Asimismo, la introducción del euro digital contribuiría a redefinir la competencia en el sistema financiero. Permitiría a los ciudadanos elegir libremente entre diferentes instrumentos de pago, impulsando mejoras en los servicios, reduciendo costes y una mayor innovación. Sin embargo, para que esta competencia sea genuina, todos los participantes deben operar en igualdad de condiciones, sin privilegios desproporcionados para ningún actor.
Finalmente, el éxito del euro digital dependerá de su capacidad para convertirse en una opción verdaderamente útil, accesible y segura para toda la ciudadanía. No basta con que exista técnicamente: debe generar confianza, ser inclusivo y adaptarse a las necesidades de las personas, sin reproducir los sesgos del sistema financiero que se pretende regenerar.
Si se gestiona con visión y responsabilidad, el euro digital podría ser una herramienta clave para fortalecer la equidad, la innovación y resiliencia en Europa. De lo contrario, el riesgo de que se convierta en una innovación fallida es real.
Contenido elaborado por el equipo de contenidos de PwC
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