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Macro Monitor: Los gobiernos ponen sus mercados de renta fija en la línea de fuego
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Macro Monitor: Los gobiernos ponen sus mercados de renta fija en la línea de fuego

El equipo que gestiona el Jupiter Strategic Absolute Return Bond Fund analiza cómo las respuestas presupuestarias y monetarias están dando forma a las perspectivas de la economía mundial ante el aumento de la inflación y los precios de la energía.

La inestabilidad del entorno macroeconómico a lo largo de 2022 ha brindado un excelente terreno de juego a los inversores con enfoque macro, ya que los cambios que han experimentado los fundamentales de los gobiernos no habían sido tan agresivos desde antes de la crisis financiera. En medio de toda esta volatilidad, se han observado regímenes macro claros que han alumbrado tendencias en los mercados que las carteras flexibles pueden aprovechar. Sin embargo, para tener éxito, las configuraciones de las carteras han tenido que cambiar y adaptarse, ya que la visión del mercado sobre el crecimiento y la inflación no ha permanecido estática.

La presión que sufren las economías desarrolladas en 2022 procede de fuentes externas e internas. Las sanciones que siguieron a la invasión rusa de Ucrania han dejado fuera de la economía mundial al mayor productor de combustibles y han traído una nueva etapa de precios elevados e inelásticos a los mercados energéticos internacionales. Este hecho supone un gran salto hacia el final de la globalización, ya que la energía barata y accesible ha dejado de existir. El alto precio de la energía ha golpeado a las economías fuertes y ha provocado un aumento de la inflación y un descenso de las balanzas comerciales de aquellos países que carecen de suficientes recursos energéticos. En un plano más general, parece que los recursos naturales mantendrán sus elevados precios en todo el mundo, ya que la falta de inversión en extracción e infraestructuras energéticas durante las últimas décadas y la transición ecológica agravan los problemas.

La escasez de mano de obra en los países occidentales ha empeorado la situación y ha generado fuertes presiones en los mercados laborales. La mano de obra está sufriendo las consecuencias de unos servicios sanitarios mermados tras el COVID, unas políticas de inmigración más estrictas y, por razones demográficas, el aumento de los pensionistas. Si a ello le sumamos una energía cara, el riesgo de que se produzca una espiral precios-salarios es real. Mientras que los precios de los bienes han aminorado su marcha durante los últimos meses a raíz de la mejora de las cadenas de suministro, los precios de los servicios se han disparado con la reapertura de las economías. Este desequilibrio macroeconómico clásico provocó una respuesta unitaria de los bancos centrales: asfixiar la demanda.

El debilitamiento del crecimiento resultante, sumado al deterioro de las balanzas comerciales en los países desarrollados importadores de materias primas y la «crisis de los costes», hicieron que los mercados de divisas se tensionaran al tiempo que el encarecimiento de las importaciones dañaba las finanzas del sector privado. Aunque el movimiento de los mercados de divisas favoreció a las economías ricas en recursos naturales, el desplome del mercado de renta fija no tuvo unas bases sólidas. 

Los elevados niveles de inflación alcanzados durante el verano mutaron en fuertes riesgos de recesión cuando los precios elevados socavaron la confianza de los consumidores y las empresas. Los mercados de materias primas también sucumbieron al deterioro del crecimiento, lo que trajo cierto alivio. Sin embargo, a medida que se agravaba el conflicto en Ucrania y la energía se iba convirtiendo en un arma, los precios internacionales de la energía se fracturaron: los precios del gas natural se dispararon en Europa mientras el petróleo caía. Los mercados internacionales de bonos protagonizaron una recuperación impresionante durante el verano al aumentar el temor a una recesión. Mientras que los bancos centrales celebraban en secreto esta destrucción de demanda, a los gobiernos no les hacía gracia. Las medidas de gasto público anunciadas recientemente para sostener las economías cambiaron los cálculos del mercado de forma radical. Debido a que los gobiernos cargaron con el problema en sus cuentas para estimular el sector privado, la inflación volvió de nuevo al primer plano.

Este hecho trasladó la tensión de las divisas a la renta fija, lo que ha dado lugar a un acusado desplome de los bonos durante las últimas semanas. Los inversores en renta fija necesitan rentabilidades más altas para financiar a los gobiernos y apoyar este nuevo conjunto de políticas públicas en un momento en el que la demanda tiene que descender, no aumentar. Los bancos centrales necesitan contrarrestarlo elevando los tipos de interés de referencia. En el Reino Unido, la inyección de gasto público carecía de objetivos concretos y suponía un estímulo en un momento en el que la inflación se movía por encima del 10%. Ante la reticencia a subir tipos del banco central, el riesgo-país aumentó cuando el mercado de deuda pública británica, con el extremo largo a la cabeza, empezó a sufrir graves presiones. Posiblemente el Reino Unido tenga las mayores necesidades de financiación externa, pero también es un reflejo de lo que está afectando a todas las economías importadoras de energía. Una política presupuestaria mal diseñada que se opone a las acciones del banco central no crea un buen cóctel para los mercados de deuda pública.

Con ello se abre un nuevo capítulo para los mercados en 2022, un capítulo en el que los riesgos financieros son ya un problema y se suman al desequilibrio actual entre oferta y demanda de carácter inflacionista. En estos momentos, los gobiernos europeos están extendiendo cheques en blanco para cubrir los costes energéticos, con lo que están colocando sus saldos presupuestarios en la línea de fuego. Nunca ha sido tan crucial una política pública sensata. Mientras que en el pasado el encarecimiento de la energía tuvo un efecto reductor en la demanda del sector privado, ahora no tiene el mismo impacto, ya que los gobiernos están absorbiendo el coste. Si los precios de la energía suben más todavía, se necesitarán unas políticas monetarias más restrictivas por parte de los bancos centrales y medidas de austeridad de los gobiernos. Si eso no ocurre, la inflación no se controlará y aumentará la dependencia de la financiación externa. Eso provocará grandes dificultades en algunos países, por el castigo que impone sobre el conjunto de la población. Los mercados tirarán al alza de los costes de financiación para asegurarse de que los bancos centrales y los gobiernos responden adecuadamente.

Ahí es también donde EE. UU. podría verse arrastrado por los problemas de Europa. Como suele ocurrir en una crisis financiera, el altamente interconectado sistema financiero internacional transmite los problemas por todo el mundo. Un deterioro del riesgo-país en Europa probablemente desatará una búsqueda desaforada de dólares estadounidenses para pagar una energía cara y, en algunos casos, dará lugar a intervenciones en las monedas nacionales. Cualquiera de los dos escenarios se traducirá en ventas de bonos del Tesoro estadounidense y un endurecimiento incontrolado de las condiciones financieras en EE. UU. Este rasgo se ha repetido una y otra vez en los mercados (el ejemplo más extremo fue la volatilidad que surgió en 2020 por los confinamientos del COVID) cuando la financiación por parte de EE. UU. de su enorme balanza por cuenta corriente se enfanga debido a una intensa demanda de dólares en todo el mundo. Es improbable que las nuevas líneas de préstamo de dólares estadounidenses de la Reserva Federal (líneas de swap en dólares estadounidenses y línea de repo permanente) puedan impedirlo. El fuerte descenso de las reservas que los estados mantienen en la Reserva Federal supone una inquietante muestra de que esto ya está ocurriendo en paralelo a un deterioro de la liquidez del Tesoro de EE. UU. La condena internacional sin precedentes a las políticas económicas británicas durante las últimas semanas supone un reconocimiento de estas tensiones.

Todo ello añade otra dimensión a una coyuntura muy compleja para las políticas de las autoridades. Los bancos centrales siguen tratando de rebajar el crecimiento para combatir la inflación, con escaso éxito hasta ahora. Estos esfuerzos se topan con Rusia, que sigue avivando las llamas para elevar los precios de la energía (explosión del gasoducto Nord Stream) y así mantener la presión de cara al invierno de 2023. Las sanciones occidentales sobre Rusia no hacen sino elevar aún más los precios de la energía. Además de entablar un conflicto geopolítico directo con EE. UU., el recorte de la producción por parte de la OPEP para elevar los precios del petróleo constituye un suceso novedoso y alarmante que da alas a la agenda de Rusia. Por último, los gobiernos europeos han abierto una nueva línea de fractura en el riesgo financiero con sus políticas de estímulos inespecíficas.

Las tensiones en la energía y los mercados laborales seguirán dominando y la deuda pública será la gran perdedora hasta que el crecimiento mundial se asfixie, el desempleo aumente y los precios de la energía registren un descenso generalizado. Los tipos han subido de forma espectacular en 2022, pero todavía no se da ninguno de estos factores. A menos que algo cambie en la escena geopolítica, se necesitan rendimientos elevados en los bonos para conseguir estos resultados, lo que hace improbable que se produzca una recuperación sostenida de la renta fija. Los medios occidentales que se centran en las derrotas rusas en el campo de batalla están haciendo caso omiso a la debilidad financiera que está explotando Rusia contra Occidente. Obviamente, el lado positivo es que Putin probablemente no escale el conflicto mediante las armas nucleares tácticas, ya que su apalancamiento está mejorando, no descendiendo, como muchos piensan. 

Está trazándose una línea divisoria entre los mercados de deuda pública que disponen de recursos naturales y los que no, borrando con ello las anteriores clasificaciones de «desarrollado» y «emergente». En los países con recursos naturales, la inflación más baja y las menores tensiones en sus cuentas sostienen las valoraciones de sus mercados de renta fija, pero en los demás se necesitan rendimientos más elevados. Ahora que está explotando la burbuja de los mercados occidentales de renta fija, se agravarán las tensiones derivadas de los impagos y las dificultades en el mercado de la vivienda, lo que tendrá consecuencias para el crecimiento. Aunque las caídas generalizadas y abultadas de la renta fija podrían tocar fondo pronto, la divergencia macroeconómica entre los países no hace sino aumentar y las reacciones de los bancos centrales y los políticos ante sus circunstancias particulares determinarán los niveles de los rendimientos de los bonos, la forma de las curvas y las cotizaciones de las monedas.

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