“Los contribuyentes son los únicos que trabajan para la Administración sin hacer oposiciones“. Se trata de una frase atribuida a Ronald Reagan, expresidente de Estados Unidos.
Probablemente tenga usted mejores cosas que hacer que repasar las cuentas públicas. Ya tiene bastante con trabajar y tributar, que hay que mantener a un 67% de la sociedad. No me malentienda, no quiero decir que unos vivan a costa de otros. O sí, pero no me parece una mala idea. No quiero vivir en una selva y hoy en día si gestionamos con prudencia en España es posible generar un bienestar para todos mayor al que ha habido jamás.
Es un hecho que la mayor parte de la sociedad vive con estándares que nunca hubiera soñado ningún noble de la antigüedad. Otra cosa es que estemos acostumbrados y sanamente queramos más, o en otras palabras, que ya no nos conformemos con agua del grifo y comida en la nevera (cosa que no ocurre en gran parte del mundo, que no tiene nevera ni grifo).
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), y con datos de octubre pasado, los grandes grupos en los que podemos dividir la población son tres. En primer lugar los que no reciben ingresos:
Menores de 16 años: 7,98 millones de personas. Nuestro futuro, los
que darán forma a la sociedad que nos llega.
Pensionistas: 7,85 millones de personas. Una generación a la que se
prometió seguridad y se le da precariedad.
Otros
inactivos: 7,84 millones de personas. Estudiantes, labores del hogar,
incapacitados y otros.
En segundo lugar, los que reciben dinero público (léase dinero suyo, mío y de todos):
Parados: 4,3 millones de personas aptas para el trabajo, que no
trabajan y cobran subsidio.
Empleados públicos: 3 millones
de personas, que cobran un 50% más que en el sector privado.
Eso son unos 30,97 millones de personas que hay que mantener. Algunos dirán que los empleados públicos también pagan impuestos. La razón de que los incluya es que su salario neto (bruto menos sus rentas del trabajo) y por tanto su consumo, ahorro e inversión posteriores (con sus consecuencias tributarias) también se origina de las mismas arcas públicas.
¿Y quién llena esas arcas públicas? El siguiente grupo:
Autónomos y trabajadores por cuenta ajena: 15,5 millones de personas. Un tercio de la sociedad, aproximadamente.
Es tan fácil (y tan injusto) hacer demagogia acusando al empresario de explotador como al funcionario de ser un lastre. Los números son los que son, y lo que conviene preguntarse es si son adecuados a nuestra realidad actual. Creo que cuesta negar que una sociedad necesita tres cosas:
Emprendedores que construyan empresas y generen empleos, porque
su generación de recursos es la que mantiene la sociedad del
bienestar.
Gestores que marquen límites a lo que es
mercantilizable, generen un ecosistema sano para la actividad
económica y administren los recursos que se generan gracias a esto con
respeto (no es su dinero), prudencia (no está garantizado) y
eficiencia (no hacer con más lo que se puede hacer con menos),
asegurando su conservación. Y esta correcta administración es
imposible sin funcionarios, siempre dimensionados a las necesidades
reales. ¿No es ese el verdadero significado de la palabra
Administración?
Mecanismos de control para asegurarse de que
lo anterior se cumple. Y no, no me valen las urnas cada cuatro años. A
Hacienda tampoco.
Insisto: No va de ideologías. Lo que no se puede pedir es peras al olmo. Y el signo indicativo de que lo anterior no se cumple es la deuda. Los recursos son los que son. O no se ha gestionado el dinero con respeto, o ha faltado prudencia, o no hemos sido eficientes. Y la solución no es subir impuestos (otra vez).
Es pura lógica que si una persona ha de mantener a otras dos, la sociedad se tambalee si no tiene un buen colchón económico o si su estructura no es lo suficientemente ligera. En nuestro caso, las arcas están vacías, estamos endeudados por el 100% de nuestro PIB y nuestra estructura no adelgaza. No es la ideología, es sentido común.
Artículo de opinión para Valenciaplaza.com
Alejandro Martínez