El Bitcoin podría ser dinero digital… pero no cómo esperas

El Bitcoin podría ser dinero digital… pero no cómo esperas

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El continuado auge y cada vez mayor presencia en el mundo financiero de los criptoactivos o activos digitales se sustenta, como es sabido, en tres grandes líneas de negocio:

  1. Los criptoactivos como activos financieros: refiriéndonos aquí a un nuevo asset class, originado en 2009 con Bitcoin y que abarca hoy un amplio número de criptomonedas. Su penetración en la industria financiera es considerable, tras haberse lanzado en 2024 ETFs sobre Bitcoin y Ether con subyacente “físico”, y a las puertas de que las entidades financieras europeas tradicionales ofrezcan servicios como la intermediación, asesoramiento y gestión de criptoactivos. Esto de forma muy similar a como hacen con activos financieros tradicionales, apoyándose en este caso en la regulación MiCA (Markets in Crypto-Assets).
     
  2. El uso de la tecnología de registro distribuido (DLT) como forma de representación de activos financieros: la denominada tokenización se trata de una forma más eficiente y automatizada de desplegar y negociar los contratos que representan los derechos sobre activos físicos y reales que son, en esencia, los activos financieros negociados como acciones y bonos. A ellos se pueden sumar vehículos como fondos de inversión y, en general, todo tipo de activos. También existe regulación que facilita la penetración en la industria financiera, en este caso el Régimen Piloto (Pilot Regime) de la Unión Europea para la construcción de mercados financieros que operen sobre DLTs.
     
  3. El dinero digital: todos entendemos el concepto del dinero como algo que utilizamos en el día a día, y sin embargo tiene complejidades en las que no solemos pensar. Es de estas complejidades a las que nos queremos referir, y cómo un activo como el Bitcoin podría resolver muchas de ellas.

A menudo oímos hablar de cómo el Bitcoin aspira a ser un medio de pago fuera del control de los gobiernos, soportando transacciones que se realizan directamente entre particulares, sin intervención alguna de la administración, de las entidades financieras y, por supuesto, de Hacienda. Esta utopía se apoya, entre otros, en las diversas compañías que permiten pagar sus productos y servicios con Bitcoin, o en países como El Salvador donde el Bitcoin es moneda de curso legal.

Sin embargo, como en la mayoría de las utopías, esta noción es ilusoria. En El Salvador se puede pagar un café en Bitcoins, pero el precio fluctúa continuamente, como no puede ser de otra manera, de la misma forma que si quisiéramos pagar un café con acciones de Tesla o de Nvidia. Es posible que encontremos una cafetería que lo acepte, pero para convertirlo inmediatamente en la divisa local. ¿Por qué?

Muy sencillo, la dueña de esa simbólica cafetería tiene la inmensa mayoría de sus ingresos y gastos en la divisa local (pesos, euros, dólares), incluyendo el pago de impuestos, por lo que el pago en cualquier otro formato (en especie, en divisa) le interesará convertirlo para poder incorporarlo dentro de su cuenta de pérdidas y ganancias.

Para que el Bitcoin fuera dinero, desde este punto de vista, debería existir “la nación Bitcoin”, donde las exportaciones, importaciones, pagos de impuestos y demás elementos que forman la vida financiera de los ciudadanos se denominaran en bitcoins. Esto es, a día de hoy, un imposible, y por ello el Bitcoin se parece más a una materia prima, que actúa como reserva de valor y además de forma antiinflacionaria (existe una cantidad fija de bitcoins que por definición no puede aumentar).

Esto se refleja claramente en el primer punto comentado antes, con el Bitcoin como el activo digital financiero más destacado, de una capitalización que lo sitúa en el Top 10 mundial de activos.

Sin embargo, existe otra aplicación u otra visión del dinero, que hace referencia a su naturaleza crecientemente digital. En el mundo de los mercados financieros, para comprar activos es necesario realizar el pago de los mismos, y el proceso de enviar el dinero para confirmar la compra (o de recibirlo al realizar una venta) suele ser bastante menos eficiente y automático que lo requerido en los mercados que trabajan en estricto tiempo real.

Así, para materializar la tokenización de activos a la que hacíamos referencia en el segundo punto, no basta solo con tener representados en DLT las acciones, los bonos y fondos de inversión, sino que es necesario tener también la segunda pata de la operación, un dinero digital que permita al comprador darle al vendedor lo que le corresponde.

Para esto nacieron las stablecoins, criptoactivos que se referencian al valor de una divisa (dólar, euro) manteniendo, por diversos mecanismos, la paridad 1:1. Esto tiene multitud de implicaciones legales y es origen de disputas con los gobiernos, que tienen por definición el monopolio de la emisión de dinero y el control de la política monetaria.

Pues bien, si es necesario utilizar un criptoactivo para los pagos dentro de unos mercados financieros cada vez más tokenizados ¿por qué no emplear para ello el Bitcoin? Se trata del activo digital más importante, con millones de personas, compañías y entidades financieras ya utilizándolo. Su naturaleza es universal y por ello no está sometido a las decisiones tecnológicas de implementación de un país en concreto, lo que lo haría superior al futuro euro o dólar digital o al ya existente e-yuan.

La decisión de emplear el Bitcoin como el dinero de los mercados financieros requeriría simplemente una liquidación entre las entidades financieras intervinientes en los mercados como comprador y vendedor. Se aprovecharía de sus ventajas tecnológicas (una implementación que lleva más de 15 años en funcionamiento) y el grado de adopción ya existente por parte de millones de personas y empresas. Ciertamente, la creación de una divisa digital universal, sin una nación que la sustente, pero con algo mejor: el inmenso volumen de los mercados financieros.

Tribuna elaborada por Miguel Jaureguizar, director de Desarrollo Digital de Renta 4 Banco


Este contenido se ha elaborado bajo un criterio editorial y no constituye una recomendación ni propuesta de inversión. La inversión contiene riesgos. Las rentabilidades pasadas no son garantía de rentabilidades futuras.


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