El gran problema de la enorme deuda pública mundial.

El gran problema de la enorme deuda pública mundial.

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En este artículo voy a publicar uno de los capítulos de  mi libro Lo prometido es deuda.

Capítulo 12.-  El problema de una deuda elevada:

Hemos analizado el progresivo aumento de la deuda pública española en los últimos años y cómo ésta supera actualmente el billón de euros situándose muy cerca del 100% del PIB. La acumulación de inmensas toneladas de deuda es la tónica general que estamos viendo en los últimos años en casi todos los países del mundo. En el siguiente gráfico se puede observar el nivel de deuda pública a final del año 2014 de los principales países del área euro y su comparación con el nivel de deuda que tenían en el año 2007. 

En el área euro la deuda más elevada corresponde a Grecia (177% del PIB) y la segunda a Italia (132%), seguido muy de cerca con Portugal (130% del PIB). Los países que proporcionalmente más han incrementando la deuda durante la crisis han sido Irlanda (multiplicándola por 4), España (casi la ha triplicado) y Portugal (la ha doblado). 

Los países centroeuropeos entre los que destaca Alemania apenas han incrementado su nivel total de deuda pública entre 2007 y 2014.

A continuación podéis ver la comparación entre la deuda que tenían en el año 2007 y la deuda actual de algunos los países del mundo más representativos por su fortaleza económica: 

La deuda japonesa en función del Producto Interior Bruto es la más alta del mundo, superando el 250% del PIB actualmente. La deuda de EE.UU supera el 100% del PIB y en un nivel similar se encuentra la del Reino Unido. Rusia tiene una deuda muy reducida debido al impago que realizó en 1998 que le ha dificultado la financiación en los mercados financieros en los últimos años.

Para tener una perspectiva general del tamaño relativo de ladeuda pública de cada país os presento la siguiente ilustración de la bola de deuda en el Mundo. La deuda pública mundial es de aproximadamente 60 billones de dólares y está repartida de la siguiente forma:

Se observa a nivel global que cada unidad de deuda adicional cada vez tiene menos capacidad de generar riqueza. 

Hay que tener en cuenta que no todo el gasto público es igual. Aquel que aumenta las probabilidades de generar riqueza futura en el país es un gasto productivo. Por ejemplo, gastos en infraestructuras realmente necesarios o gastos en Investigación y Desarrollo, tecnología o educación. 

Sin embargo, los gastos sociales, aunque son loables y necesarios, no son gastos que generen un retorno económico con los que se pueda devolver la deuda con la cual se han financiado más los intereses que haya generado.

Por último, los gastos superfluos de un Estado, entendiendo por ellos aquellos que no son ni gastos productivos ni gastos sociales, son totalmente innecesarios y es un grave error que pasa factura no prescindir de ellos.

La deuda pública en una cantidad razonable en sí misma no es mala. Una unidad porcentual de deuda nueva es buena si se destina a una actividad que genere en los años siguientes un aumento acumulado del PIB superior a ese  1% más los intereses generados por esa deuda emitida. Una unidad porcentual de deuda nueva es mala si se destina a una actividad que genere en los años siguientes un aumento acumulado del PIB inferior a ese 1% más intereses. 

El problema es cuando en un mismo país conviven deudas elevadas y déficits públicos crónicos. En ese caso, la dinámica de la deuda es que cuando llega el vencimiento de una emisión de bonos anterior el Estado debe refinanciarla emitiendo bonos nuevamente. 

Como hemos estudiado en este libro, España tiene una deuda ligeramente superior al billón de euros (97% del PIB) y un déficit público aproximado de 60.000 millones de euros. Para reducir la deuda no sólo es necesario cuadrar las cuentas, sino acumular superávits (que los ingresos públicos sean mayores a los gastos públicos) de unos 20.000 millones de euros durante los próximos años. En los capítulos anteriores estimamos que como mucho se podrían recortar aproximadamente sólo unos 30.000 millones suprimiendo los gastos realmente prescindibles, subiendo los impuestos a los ricos y reduciendo significativamente el fraude fiscal. En ese caso, y manteniéndose todo lo demás constante, el estado español seguiría aún gastando más de lo que ingresa.

Aún en el hipotético escenario de que España consiguiese acumular superávits del 2% durante los próximos años (frente al déficit del 6% del año 2014), necesitaría al menos 25 años para disminuir a la mitad su nivel de deuda total.

En mi opinión, lo óptimo sería que se produjese ahorro público y superávits presupuestarios en los períodos de bonanza y que ese ahorro sirviese para aumentar el déficit y el gasto público en los períodos de crisis, como el que estamos viviendo actualmente. Ahorrar en tiempos de bonanza para gastar en tiempos de crisis. Sin embargo, los gobiernos no tienen ningún incentivo para ahorrar y tener superávits en los años de buena salud económica. En la siguiente tabla se puede observar el porcentaje de años en el que un conjunto de países representativo han incurrido en déficit público desde el año 1989 hasta la actualidad. Francia, Grecia y Portugal han tenido déficit en todos los años de ese período. Japón, USA, España, Reino Unido, Alemania, China e Italia han tenido déficit en más del 80% de los años desde 1989. 

Uno de los problemas del sistema democrático de los países occidentales es que los Gobiernos que tienen como objetivo ser reelegidos no escatiman en gastos o no les interesa ahorrar aunque en los períodos de crecimiento económico sea recomendable hacerlo. “Si no consumes tu presupuesto el año que viene te darán menos” era una frase muy escuchada en instituciones estatales, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. En épocas de bonanza se tiende al despilfarro de los recursos públicos. Numerosos ejemplos recorren la geografía española: aeropuertos sin aviones, como el de Castellón o Ciudad Real; autopistas sin coches, como muchas de las radiales de Madrid; vías donde pasan trenes sin apenas pasajeros; rotondas inútiles o puentes con un lujo arquitectónico excesivo.

Cuando llegan las vacas flacas, en época de crisis económica, cuando los ingresos que recibe el Estado se reducen y sus gastos aumentan, es difícil recortar el gasto público anual al que está acostumbrado un determinado país. La población de ese país se quejará, y esas impopulares medidas pondrán en serio peligro la reelección del gobierno que las aplique. Jean-Claude Juncker actual presidente de la Unión Europea dijo en una ocasión “Todos sabemos lo que hay que hacer, lo que no sabemos es como ser reelegidos si lo hacemos”. 

Es un drama que cualquier partido político que abogue por eliminar el déficit y tener superávit para ir devolviendo progresivamente la deuda no pueda aspirar a ganar las elecciones. Estamos condenados, en democracia, a que únicamente se tomen medidas para reducir la peligrosa dinámica de la deuda cuando percibamos que la bomba de relojería esté a punto de estallarnos en las manos.

Incomprensiblemente la emisión de nueva deuda no tiene un coste electoral para los gobiernos, aunque supone un trasvase de deuda para los habitantes del futuro, las generaciones más jóvenes y los hijos que están por nacer, que tendrán que pagarla. El equilibrio presupuestario de las cuentas públicas es la base de la solidaridad intergeneracional y un compromiso con el futuro, con las generaciones más jóvenes. 

No podemos seguir financiando nuestro consumo y nuestras inversiones actuales con cargo al ahorro del futuro. Esta mecánica empieza a ser insostenible, pues los habitantes del futuro estarán totalmente desincentivados a ahorrar, ya que sabrán que su ahorro se utilizará para pagar los gastos/excesos que nuestra sociedad tiene actualmente.

“La deuda es una droga. Nubla la prudencia valorativa, nos hace sentir fuertes, poderosos, nos hace ver el presente de color de rosa y aún más el futuro. Y es un engaño porque la deuda, como la droga, no es otra cosa que esclavitud ” (20)

Es una realidad que los países que deben mucho dejan de ser soberanos e independientes.

 (20) Daniel Lacalle, en la página 23 de su libro: Nosotros los mercados. 

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