Fisher Investments España duda que la deflación sea inminente o peligrosa
A medida que las restricciones por el coronavirus lastraban el consumo en todo el mundo, muchos comentaristas económicos expresaron su preocupación por la deflación –una caída generalizada de los precios– por su potencial para dilatar y ahondar la recesión en la eurozona. Sin embargo, juzgamos poco probable que la bajada de los precios se prolongue y, aunque lo hiciera, no habría de suponer necesariamente un contratiempo para la economía o la bolsa.
La teoría que subyace a estos temores dice que los consumidores generan expectativas sobre el futuro precio de las cosas en base a su evolución reciente. Por lo tanto, un leve ascenso del coste de la vida –una inflación baja– puede animarlos a adelantar sus decisiones de compra antes de que los productos se encarezcan aún más; si el aumento es demasiado elevado podría dañar su capacidad de compra si su renta no se mueve al compás. A muchos, además, les inquieta que una inflación demasiado baja o, peor aun, la deflación, lleve a los consumidores a aplazar sus compras a la espera de precios más ventajosos.
Algunos economistas y analistas de mercados que seguimos piensan que la deflación podría generar un proceso de retroalimentación según el cual la caída de los precios repercutiría en un aplazamiento de las compras de los consumidores, obligando a las empresas a rebajar sus productos aún más y así sucesivamente en lo que se conoce como una espiral deflacionaria. Muchos expertos, asimismo, advierten de que esta tendencia sacudirá especialmente a la zona euro por su considerable contracción económica debida a los confinamientos decretados para frenar el avance de la pandemia. Ya antes de que se desatara la crisis la inflación era baja. Entre abril de 2019 y marzo de 2020, el índice de precios de consumo (IPC) armonizado de la eurozona promedió un 1,1% interanuali, por debajo del objetivo oficial del Banco Central Europeo (2,0% anual). Los cierres por motivos sanitarios impuestos a continuación forzaron la parada general de la vida empresarial, desencadenando una abrupta contracción económica. Como es sabido, el premio nobel Milton Friedman en su momento explicó que la inflación es demasiado dinero detrás de una cantidad finita de bienes y servicios; esta búsqueda se financia con gasto y con préstamos, parámetros que normalmente se reducen en las contracciones económicas, sobre todo cuando la reclusión forzosa limita buena parte de la actividad. El resultado fue que, obviamente, las tasas de inflación se desaceleraron, elevándose en la eurozona entre abril y junio apenas una media del 0,2% interanualii. Para muchos esta es la señal del comienzo de un proceso deflacionario de mayor entidad. Nosotros, en cambio, pensamos que conviene analizar por qué se desaceleró la inflación y revisar las teorías sobre los efectos de la deflación al objeto de aplacar esos temores.
En la variación de precios se incluye el coste de la energía. Entre el 19 de febrero y el 21 de abril el petróleo cayó un 84,7%iii, presionando a la baja el componente energético del IPC de la eurozona, que se desplomó; entre abril y junio, promedió retrocesos del 8,9% interanualiv. Si excluimos del cálculo los productos energéticos, la inflación de la zona euro ascendió al 1,4% de media: mayor que el año pasadov.
La caída de los precios del crudo ha afectado a la inflación de la región en el pasado, sin causar perjuicios duraderos. Entre el 19 de junio de 2014 y el 20 de enero de 2016 el barril de Brent perdió un 77,4%vi de su valor, provocando un descenso de los precios –deflación– entre diciembre de 2014 y marzo de 2015vii. No obstante, el crecimiento interanual del consumo privado de la zona euro se aceleró en el cuarto trimestre de 2014 y el primer trimestre de 2015viii . Otro breve episodio de deflación a principios de 2016 se reveló igualmente favorable. Dada la importancia del consumo en las economías europeas, no extraña, pues, que el PIB de la eurozona creciera en paraleloix.
Como acabamos de ver, la deflación suele ser una consecuencia de la evolución económica, no una causa. Por ejemplo, durante la crisis financiera mundial el PIB de la zona euro se contrajo entre el segundo trimestre de 2008 y el segundo trimestre de 2009x. La deflación apareció en junio de este año y continuó hasta octubrexi. En cuanto se produjo la recuperación económica, volvieron a subir los preciosxii .
En otras ocasiones observamos que la deflación se da por una fuerte contracción de la oferta de dinero de los bancos centrales. Esta puede castigar a la economía, pero, según nuestro punto de vista, a causa del error en la política monetaria, no de la deflación. En todo caso, esto no sucede en la actualidad: entre abril y junio de 2020 la M3 –una medida general de la oferta monetaria en la región– aumentó de media un 8,8% interanual desde un 5,4% de los 12 meses anterioresxiii.
El análisis histórico nos enseña que la deflación no siempre se origina por problemas económicos o errores de índole monetaria, a veces es simplemente un producto de tendencias beneficiosas para la sociedad. La mejora de la productividad y la innovación tienden a disminuir los precios. Sirvan de ejemplo los ordenadores: en 1983 un Apple Lisa costaba 9.995 dólares –26.286 dólares de hoyxiv –; los dispositivos actuales, con una mayor capacidad de computación y más funciones, incluidos los equiparables teléfonos inteligentes, cuestan apenas una pequeña fracción de ese importe. Por más que los organismos públicos que elaboran las estadísticas suelan realizar algunos ajustes en este sentido, el efecto general del progreso tecnológico se concreta en la reducción de los precios. Retrotrayéndose algo más en el tiempo, historiadores económicos han descubierto que la inflación no existió o fue negativa durante toda la revolución industrial, una época de enorme crecimiento económico, avance de la sociedad y generación de riquezaxv. La lección que hemos extraído es que los inversores no deben asustarse por la deflación o la desinflación per se, sino examinar sus causas.