El pesimismo acompañará al próximo mercado alcista
Con independencia de cuándo llegue el fin del actual mercado bajista –una caída prolongada mayor al 20% causada por factores fundamentales–, que por cierto podría haber ocurrido cuando lea este artículo, no esperamos que sean muchos los que se den cuenta de dicha conclusión. Incluso más adelante, eventualmente mucho después, cuando los indicadores comiencen a reflejar una mejora de la coyuntura, creemos que durante una temporada se mantendrán las dudas y los recelos respecto a la capacidad de recuperación de las acciones. Para Fisher Investments España, este pesimismo generalizado caracteriza los primeros compases de los mercados alcistas –periodos en que los valores tienden a apreciarse–, conque no debería perturbar a aquellos inversores cuyos objetivos financieros requieran las rentabilidades propias de la bolsa.
El ánimo inversor normalmente decae durante las malas rachas: una tendencia actualmente en marcha que, según nuestros análisis históricos, puede ser perfectamente racional en un entorno de deterioro económico. Con todo, solemos asistir a una exageración de las emociones, que se tornan irracionalmente sombrías incluso durante el comienzo del siguiente mercado alcista, negándose muchos inversores a admitir los nuevos factores positivos. En Fisher Investments España a este fenómeno lo denominamos pesimismo de la desconfianza y se manifiesta en las reacciones de los inversores y los analistas ante las evidencias de mejoría económica. Nuestras investigaciones revelan que tienden a ignorar o conceder poca credibilidad a las noticias halagüeñas o bien reinterpretan estas en clave negativa al tiempo que se hacen eco de cualquier dato malo para justificar la debilidad de la economía.
A nuestro juicio, los titulares del arranque del anterior mercado alcista ilustran a las claras el alcance del pesimismo de la desconfianza. La racha bajista de los parqués mundiales tocó a su fin el 9 de marzo de 2009, si bien la recesión económica en los Estados Unidos y la eurozona no concluyó hasta junio y abril respectivamentei; para entonces la bolsa estadounidense ya había avanzado un 22,7%, mientras que la europea un 27,8%ii. Por más que estas reflejaran en las cotizaciones la reactivación económica que aún no era evidente, los titulares de aquellas fechas muestran que los expertos seguían acusando el desánimo desatado por las caídas previas. En muchos se recalcaban los datos negativos y las supuestas amenazas que se cernían sobre la economía, a la vez que se tildaban de inconsistentes las alzas bursátiles. Por ejemplo, entre abril y mayo de 2009 la cobertura mediática se centraba en la fuerte caída de las ventas de automóviles tanto en EE.UU. como en Europa, así como en las consecuencias de un eventual fracaso de las autoridades a la hora de rescatar a sus abatidos fabricanteiii. Otras informaciones y opiniones advertían de que Europa se dirigía hacia una depresión con deflación, mientras que al otro lado del Atlántico se centraban en que el aumento del gasto público en Estados Unidos y las medidas de los bancos centrales supuestamente desencadenarían una inflación galopanteiv.
El despegue de las acciones globales desde el mínimo del 9 de marzo algunos medios lo tacharon de repunte pasajero en medio del mercado bajistav. Incluso mientras terminaban las recesiones de los EE.UU y la eurozona y los datos confirmaban la recuperación económica general, aún eran muchos los titulares que pintaban una situación dependiente por completo de ayudas públicas. Según la dialéctica del momento, al retirar las medidas fiscales y monetarias volvería a aparecer la recesiónvi . En la misma línea, muchos entendidos que seguimos alertaban de una recuperación en forma de L, según la cual el crecimiento se estanca durante un lapso largo tras concluir la recesiónvii. Por su parte, a otros les preocupaba que la expansión del PIB no se tradujera en beneficios para el ciudadano de a pieviii. Por más que se ignoraran, las buenas noticias se sucedían, como el alza del índice de indicadores adelantados de EE.UU., diseñado para anticiparse a la realidad, o el crecimiento del comercio internacionalix. En cambio, la prensa económica optaba por tratar estas evidencias como un riesgo de mercado al elevarse, según su hipótesis, la probabilidad de que los bancos centrales y los gobiernos suspendieran sus políticas de respaldox y, en consecuencia, hubiera un rebrote bajista.
Si sacamos a colación estas referencias no es con ánimo de señalar a periodistas o medios concretos, sino para destacar lo difícil de mantener la disciplina cuando se reanudan las ganancias. Por desgracia, dejarse influir por el desánimo reinante en sus decisiones de inversión puede acarrearle un coste muy elevado. Desde el final de las recesiones en EE.UU. y la eurozona hasta finales del año 2009, sus mercados de acciones se revalorizaron unos 19,5% y 28,9% adicionales respectivamente . Los inversores que esperaran a comprar acciones hasta que hubiera un consenso general de que la economía y los mercados habían retomado la senda del crecimiento seguramente se quedaron sin esas fuertes ganancias.
Se confirma, pues, la máxima de John Templeton según la cual «los mercados alcistas nacen en el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren con la euforia». Pese a ser inevitable, el pesimismo con que comienzan las etapas boyantes puede lastrar la confianza en la capacidad de las bolsas para anticipar la recuperación cuando esta aún queda lejos. No obstante, confiamos en que si se tiene presente esta premisa pueden evitarse errores de inversión potencialmente graves. Para aquellos inversores cuyos objetivos financieros requieran la rentabilidad histórica del mercado de renta variable y que toleran su volatilidad intrínseca, juzgamos esencial que aprovechen las rentabilidades de los primeros tramos de los mercados alcistas que el pesimismo de la desconfianza puede poner en jaque.