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Fidelity: El nuevo orden económico parte II
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Fidelity: El nuevo orden económico parte II

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La semana pasada compartíamos la primera parte de nuestro último informe "El nuevo orden económico". En el que explicábamos que la crisis de la COVID-19 desencadenará un profundo cambio en las políticas de las autoridades, acelerará las tendencias actuales y transformará los marcos de inversión. A continuación os dejamos la segunda parte:

A medida que la crisis de la COVID-19 vaya quemando etapas, y sobre todo si se consolida el escenario de referencia, pensamos que las nuevas tendencias a largo plazo colocarán al mundo en un rumbo singular. Sus principales características serán las intervenciones de los estados, el activismo fiscal y la persistente fortaleza económica de Asia.

Intervenciones de los estados

Los bancos centrales de todo el mundo llevan años practicando el intervencionismo en apoyo de la economía y echando mano de herramientas cada vez menos ortodoxas y a mayor escala. Pensamos que las autoridades van a seguir experimentando con soluciones creativas, entre ellas alguna forma de control de la curva de tipos por parte de la Reserva Federal, pero dado que los bancos centrales están llegando a los límites de la política monetaria, los gobiernos tendrán que dar un paso al frente.

Usando la crisis de la COVID-19 como excusa, los políticos están sumándose al intervencionismo y, con ello, acelerando una tendencia que había nacido en respuesta a una economía mundial caracterizada por el bajo crecimiento, la deuda elevada, el aumento de las desigualdades y el auge del populismo. El incipiente declive de la liberalización, la desregulación y la política de libre mercado, que fueron auspiciadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en la década de 1980, ha entrado ahora en fase de aceleración.

Las tendencias de austeridad y privatización seguirán revertiéndose y el aumento de la regulación y los impuestos serán rasgos permanentes. Los programas de servicios sociales, sobre todo en relación con la sanidad, probablemente se amplíen. Algunas medidas, como las prestaciones nacionalizadas, podrían restar obligaciones a las empresas, pero otras, como un mayor control de las recompras de acciones y la retribución a los, podrían mermar las rentabilidades para los accionistas.

El acercamiento del sector público y el privado podría adoptar la forma de préstamos a largo plazo y participaciones accionariales para abordar los problemas de liquidez y solvencia a corto plazo. Podríamos ver una nacionalización parcial del sector de las aerolíneas y, en el caso de una contracción más profunda y pronunciada, también se podría intervenir en infraestructuras y sanidad. Los estados reconsiderarán sus políticas industriales nacionales y tratarán de corregir deficiencias, sobre todo en materia de seguridad nacional.

Activismo fiscal

Tras los rescates que provocó la crisis financiera mundial, los estados argumentaron que se necesitaban medidas de austeridad para traer de nuevo el rigor al gasto público.

Esa filosofía ha quedado desacreditada en la medida en que el crecimiento ha sido tenue durante la última década, mientras que el coste de la deuda se ha mantenido en mínimos. Estos dos factores se convierten ahora en potentes argumentos para un mayor activismo fiscal.

Las economías de los mercados desarrollados necesitarán programas de transformación para dejar atrás las bajas tasas de crecimiento cuando la crisis de la COVID-19 haya pasado. En este sentido, EE.UU. será una piedra de toque. Desde marzo, el mercado laboral estadounidense ha experimentado un aumento sin precedentes del desempleo que podría llegar fácilmente hasta el 20-30% de la población activa, niveles que no se observaban desde la Gran Depresión. El impacto de la grave destrucción de empleo en el consumo amenaza no solo al PIB estadounidense, que depende del consumo en un 70%, sino también, y por extensión, al resto del mundo. El trabajador estadounidense como factor de producción es la misma persona que el consumidor estadounidense, el origen de la demanda final. Para reactivar el círculo virtuoso formado por un empleo elevado y un consumo al alza se necesitará probablemente apoyo fiscal.

Las ayudas que EE.UU. y otros gobiernos están concediendo actualmente son insuficientes para generar crecimiento a largo plazo; de hecho, se describen mejor como intervenciones para que la población sobrelleve el confinamiento, no como estímulos en sí mismos. Para salir de esta crisis y conseguir una recuperación plena posterior, probablemente se necesite un programa sostenido y a gran escala de inversiones públicas dirigidas principalmente al ciudadano medio y la economía real.

La persistente fortaleza de Asia

El virus se originó en Asia y allí se está volviendo a la normalidad antes que en otras regiones, siempre que no se produzcan segundas o terceras oleadas importantes de contagios. La China continental, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur han protagonizado reacciones organizadas, rigurosas, específicas y con amplitud de recursos ante el brote y, a consecuencia de ello, parecen tenerlo más controlado que otros países y están empezando a reabrir sus economías. Eso coloca a Asia en ventaja frente al resto del mundo, que sigue organizando sus respuestas.

Sin embargo, existen razones estructurales más profundas que nos llevan a pensar que Asia se perfila para asumir un liderazgo económico. Asia presenta un crecimiento económico más alto, regímenes políticos estables y una adopción a gran escala de la tecnología que le ayudará a ponerse en cabeza. Algunos países también tienen menos deuda y tendencias demográficas favorables. Cabe afirmar que Asia ha impulsado el crecimiento mundial durante los últimos 10 o 15 años, por lo que es la continuación de una poderosa tendencia.

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