En la mente de los inversores: COP26, ni un fracaso ni un éxito
Los dirigentes de los casi 200 países que se dieron cita en la cumbre de la COP26 tenían muy presentes las serias advertencias de la comunidad científica. Si querían cumplir el objetivo de limitar el calentamiento global por debajo de 1,5 °C frente a los niveles preindustriales, era necesario actuar con determinación y arrojo en la COP26. Pese a que se han propuesto medidas en ámbitos como los del carbón, la deforestación y las emisiones de metano, les ha faltado la concreción y la magnitud necesarias para que confiemos en que es posible evitar que las consecuencias del cambio climático sean nefastas.
¿Qué hemos aprendido?
A medida que los Gobiernos comienzan a poner en práctica las medidas teóricas para alcanzar la neutralidad en carbono, están dándose cuenta de que no pueden asumir los costes económicos a corto plazo. Se necesitan cambios radicales para cumplir el objetivo de cero emisiones netas, y a corto plazo es muy probable que ello entrañe grandes desembolsos. Un claro ejemplo sería el tener que encontrar un nuevo empleo para muchas de los casi 30 millones de personas en todo el mundo que trabajan en el sector de los combustibles fósiles. Estos costes a corto plazo ponen a prueba la voluntad de los Gobiernos a la hora de comprometerse con objetivos ambiciosos. Desde luego, quedó patente en las declaraciones de los responsables de algunos países emergentes, que destacaron que las ambiciones climáticas deben equilibrarse con los objetivos económicos. Con todo, en la cumbre sí se alcanzaron algunos acuerdos. Cabe destacar que India se comprometió a llegar a las cero emisiones netas en 2070 y a triplicar el uso de las energías renovables para 2030, y también fue muy alentador el anuncio de que EE. UU. y China colaborarán para reducir las emisiones. Aun así, las reticencias de China e India (entre otras) a sumarse a los compromisos mundiales relativos a la energía procedente del carbón y las emisiones de metano no dejaban lugar a dudas: no se va a priorizar la transición energética por encima del progreso económico, salvo que las naciones más ricas estén dispuestas a asumir todo lo que se ha emitido desde los albores de la revolución industrial y a aumentar sus ayudas para hacer frente a los costes económicos. En el mundo desarrollado, varios países han actualizado sus objetivos climáticos este año. Ahora bien, si los niveles actuales de emisiones se valoran sobre una base per cápita, son mucho peores que los de los mercados emergentes, sobre todo los de EE. UU. En este sentido, Climate Action Tracker denuncia que ninguno de los países ricos tiene planes que se consideren suficientes, y destaca que el Reino Unido es el único de los grandes países desarrollados que cuenta con políticas y objetivos «casi suficientes» para limitar el calentamiento por debajo de 1,5 ºC.
Los mercados desarrollados ofrecerán más apoyo a los países emergentes, pero no de la noche a la mañana. En 2009, los países ricos se comprometieron a ayudar anualmente a los países en desarrollo con 100.000 millones de USD procedentes de fuentes públicas y privadas antes de 2020, pero no han cumplido ese propósito. Aunque acelerar los niveles disponibles de financiación era una de las principales prioridades de esta conferencia, parece que el objetivo de los 100.000 millones de USD no se alcanzará hasta 2023.
La responsabilidad de impulsar el cambio recaerá en el sector privado. Otra de nuestras principales conclusiones es que los Gobiernos flaquean si actuar conlleva perjuicios económicos. Aunque resulta prometedor que se hayan acordado normas sobre el nuevo mercado de carbono global, ha sido de lo más decepcionante que no se haya fijado una tarifa mundial para el carbono. En ausencia de soluciones gubernamentales claras para impulsar el cambio, la atención la ha acaparado el acuerdo para garantizar que el sistema financiero destinará capital conforme a los objetivos climáticos, una noticia que se puede considerar el principal avance de la conferencia. Más de 450 instituciones financieras se han comprometido a destinar más de 130 billones de USD de capital privado a la Glasgow Financial Alliance for Net Zero, una iniciativa presidida por Mark Carney, para respaldar la transición hacia la neutralidad en carbono. En cualquier caso, el papel de los Gobiernos seguirá siendo fundamental: hará falta una combinación de políticas de incentivos y directrices más claras sobre las futuras normativas para que el capital del sector financiero genere un auténtico impacto.
Los inversores deberán prestar más atención a los riesgos climáticos de su cartera. Incluso asumiendo que se cumplan los compromisos actuales íntegramente y a tiempo, los análisis de la comunidad científica parecen desmentir que vaya a ser posible limitar el calentamiento global a 1,5 °C. Los inversores a largo plazo cada vez deberán tener más en cuenta las posibles alteraciones macroeconómicas, no solo en las industrias con altas emisiones de carbono, sino en todos los sectores de actividad. Lamentablemente, también habrá que contemplar los riesgos físicos que plantea el cambio climático, que serán más graves en los mercados emergentes.
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